-No des a la enseñanza una forma que les obligue a aprender por la fuerza.
-¿Por qué?
-Porque no hay ninguna disciplina que deba aprender el hombre libre por medio de la esclavitud. El alma no conserva ningún conocimiento que haya entrado en ella por la fuerza.
-Cierto.
-No emplees, pues, la fuerza, mi buen amigo, para instruir a los niños; que se eduquen jugando, y así podrás también conocer mejor para qué está dotado cada uno de ellos.

(Platón)



lunes, 29 de noviembre de 2010

Del tiempo

Entre el profesor de Ciencias para el Mundo Contemporáneo (Santiago Falces) y yo, hemos organizado una especie de clases-coloquio ("interdisciplinar", que se dice) en el grupo de primero de Bachillerato de Ciencias acerca del Tiempo. Algunos alumnos han expuesto ya, el jueves pasado, sus investigaciones sobre diferentes aspectos de esa idea: el tiempo en la antropología, en la psicología, en la tecnología, en la física clásica y en la contemporánea, en la filosofía… Para la próxima sesión convinimos en ver el documental que os enlazo a continuación. Que disfrutéis “matando el tiempo”:





También podéis esta entrada

viernes, 26 de noviembre de 2010

Platón y Aristóteles se encuentran en el limbo (reedición)

P.- Hola, viejo alumno.
A.- Hola, maestro siempre joven.
P.- He oído que defiendes una teoría diferente a la mía, y que reniegas de mis ideas sobre el mundo de las ideas.
A.- Sí, maestro, lo siento. Hago caso a mi mente.
P.- Me parece muy bien. Eso demuestra que eres sabio, o llegarás a serlo. Y ¿qué pegas le encuentras a lo que pienso? ¿No estás de acuerdo con que hay Ideas, inmutables y universales, que no son fenómenos físicos y materiales?
A.- No es eso, maestro. Estoy del todo de acuerdo contigo en que los materialistas se equivocan, y no nos dicen de dónde salen las ideas universales, porque no las pueden sacar de la materia. La materia es informe, sin ninguna característica propia, así que no puede darse ni a sí misma las formas que adopta a cada rato.
P.- Muy bien, ¿entonces?
A.- Pero creo que quizás tú cometes el error contrario, al negar completamente lo material. ¿No dices que este mundo es sólo una ilusión, un reflejo, un sueño?
P.- Eso es. El mundo material es irracional, porque es y no es lo mismo a cada rato.
A.- Pero existe, creo yo. Tú no nos has explicado nunca cómo se produce esa ilusión. P.- Es una caída del alma, un olvido de la verdad.
A.- Y ¿por qué se olvidó el alma? Si todo fuese perfecto, como dices, no se produciría esa ilusión. Yo creo que el mundo no es una ilusión, sino algo real. Y no ganamos nada negándolo. Para explicar el cambio, creo yo, hay que aceptar que existen cosas inmutables, las formas, como las llamo yo, y algo mutable, como la materia, que coge unas formas y suelta otras. Tú tienes razón en que la forma es lo más importante, y hasta creo que existe una forma separada, el Dios, causa de todos los demás cambios pero inmutable él mismo. Pero te equivocas, creo, en que las formas existen separadas de la materia. Las formas son un aspecto de las cosas, y sólo las separa la mente. ¿No has confundido algo lógico con algo real? Corrígeme si estoy equivocado, maestro.
P.- Muchacho, siempre creí que tendrías tu propio pensamiento. Quizás tienes razón. Pero, dime: ¿las formas no existen, pues?
A.- No, no de manera independiente. Son aspectos de las cosas. ¿De qué sirve decir que todo está duplicado en otro mundo?
P.- O sea, que el círculo no existe fuera de los objetos circulares que hay en la naturaleza, esos que siempre cambian y nunca son perfectamente lo que son.
A.- Bueno, la forma del círculo está también en la mente, cuando lo separamos de la materia, por abstracción.
P.- ¿Y la mente si existe, es algo real?
A.- La mente es, también ella, un aspecto de ciertos seres, los inteligentes. Pero la mente no es una cosa independiente por sí misma, es una forma. No se puede separar, por lo menos la parte con la que percibimos el mundo, y la memoria y la imaginación.
P.- Muy bien. Entonces, si desapareciesen los objetos físicos, y las mentes que piensan, ¿el círculo dejaría de ser lo que es, según tú?
A.- El mundo nunca va a dejar de existir, porque nada puede destruirlo, ya que su movimiento circular es perfecto.
P.- Aunque fuese así, creo que puede imaginarse que desapareciese, o no hubiese existido. ¿Qué pasaría entonces con el círculo?
A.- Bueno, aún estaría en la mente.
P.- ¿En cual, si las mentes son formas de los cuerpos?
A.- Es que hay por lo menos una mente que no es forma de un cuerpo, la del Dios. Ahí siempre estarán las formas.
P.- ¿Y qué diferencia ves entre esa Mente Divina de la que hablas y mi Mundo de las Ideas?
A.- Quiero decir que las ideas no son objetos fuera de la Mente.
P.- Veamos, dices que sacamos la idea o forma círculo de ver muchos círculos. Pero ¿sacamos por abstracción, entonces, lo que no hay?
A.- No, sacamos lo que hay, formalmente.
P.- Entonces, el círculo, uno y el mismo, ¿está en infinitos sitios a la vez?
A.- Sí, la misma forma está en muchos objetos.
P.- Y ¿crees que la misma, exactamente la misma cosa, por ejemplo, el Círculo, puede estar en diferentes sitios a la vez? ¿Eso te parece más sensato que decir que lo que hay en diferentes sitios son sólo copias del mismo único ser, el Círculo en sí mismo?
A.- Pero ¿qué sentido tiene decir que existe algo que no está en ningún sitio?
P.- Bueno, yo digo que las Ideas están en sí mismas, en su propia realidad, como debe pasarle a este mundo físico tuyo ¿no? Pero, dime, ¿ese Dios del que hablas, tiene un conocimiento perfecto de las cosas?
A.- Perfectísimo.
P.- Y ¿las piensa como cambiantes y materiales?
A.- No, claro… porque él mismo no cambia.
P.- ¿Las piensa, entonces, eternas e inmutables?
A.- Sí.
P.- O sea, su pensamiento es perfecto, y piensa las cosas como eternas e inmutables, luego las cosas son, en verdad, así, eternas e inmutables, y somos nosotros, mentes imperfectas, las que lo vemos de manera cambiante ¿no se deduce eso?
A.- Sí parece.
P.- Y ¿qué es esa materia que dices tú que se mezcla con las formas?
A.- En sí misma no es nada, porque puede ser cualquier cosa.
P.- O sea, no tiene ninguna propiedad, pero ¿existe?
A.- No, no existe separada de la forma.
P.- Y ¿cómo la conoces?
A.- Porque veo que el cambio no se puede reducir a puras ideas estáticas.
P.- Pero ¿no tienes de la propia materia una Idea, la que yo he llamado Idea de Lugar, vacía y homogénea por todas partes?
A.- Sí.
P.- O sea, que si mezclas las otras Ideas con la Idea de Lugar ¿no tienes ya todas las cosas que ves?
A.- Puede ser, pero sigo diciendo que las ideas son estáticas, sin movimiento.
P.- Y ¿percibes tú el movimiento, o sólo Ideas en diferentes mezclas?
A.- No estoy seguro, maestro. Veo que el asunto es más difícil, y que podría haber estado otros veintitantos años en tu escuela…
P.- Los humanos tenemos un conocimiento incierto. Sigue intentando defender ese camino que has tomado, porque creo que tiene mucho a su favor.
A.- Gracias, maestro. Pero mejor sería que lo defendieras tú mismo.
P.- Yo soy un místico, y prefiero creer en mi mundo perfecto y en que todo lo demás es una ilusión. Tú tienes los pies más en el suelo. Esa teoría te pertenece por derecho propio.

martes, 23 de noviembre de 2010

Próxima tertulia: Crimen y castigo

A menudo se oye a la gente quejarse de que en nuestra legislación cometer delitos es muy “barato”. Los padres de Sandra, la muchacha asesinada en Sevilla (que ha sido un “espectáculo” en todos los medios de “comunicación”) han presentado un millón y medio de firmas pidiendo la cadena perpetua. (¿Qué creéis que resultaría si se sometiese a referendum la instauración de la Pena de Muerte, o incluso la de Apedreamiento (lapidación) o Linchamiento hasta la muerte para casos de violación o similares?). Sin embargo, las legislaciones de casi todos los países más “civilizados” y democráticos, han eliminado todo ese tipo de penas.



La cuestión es: ¿qué penas son las justas? ¿Qué criterio debe seguirse al Castigar al Malhechor? ¿Qué función tienen las Penas?

La más vieja teoría, al parecer, la Ley del Talión, dice que la justicia es sobre todo Retributiva (debe devolver a cada uno "lo suyo"), así que tiene que basarse en el Ojo por ojo (“quien a hierro mata, a hierro muera”, dice el Evangelio). Algunos importantes filósofos, como Kant, creían que es la única ley penal justa… Quien lo ha hecho –se oye decir- debe devolverlo. Pero ¿cómo puede devolverlo? ¿Qué “devuelve” el preso en la cárcel a la víctima?

Otros dicen que las Penas tienen (también) una función educativa, y debe buscarse la Reinserción. Pero, si alguien que ha asesinado a una persona, se arrepintiese, inmediatamente, de lo que ha hecho ¿Dejaría de “merecer” la pena? ¿estaría libre de Culpa?

Las Penas, se dice también, deben ser “proporcionales”. Pero ¿cómo puede hacerse eso? ¿Qué proporción hay entre un delito y su pena? Si a un asesinato le corresponde como pena justa la muerte, o treinta años de prisión... ¿qué le corresponde a cien asesinatos del mismo asesino?

En fin, esto de la “Justicia Penal” plantea muchas cuestiones para “comerse el tarro”, que es lo que queremos en estas tertulias. Así que os esperamos el Jueves 2 de Diciembre, a las seis, en el Carro de Tespis.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Nunca te descartes a ti mismo (reedición)

-¿De qué puedo estar completamente seguro? -se dijo Descartes un día que estaba seguro de que no estaba seguro de nada.

-Los sentidos son bastante mentirosos (o yo bastante estúpido al tomar su información al pie de la letra), así que, descartémoslos de momento.

-Peor ¿y si estoy en un sueño, en una ficción? ¿No decía don Calderón de la Barca (un día que, al parecer, estaba bastante despierto) que "toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son"? -se dijo Descartes-. ¿Puedo asegurar que no tiene razón? -se preguntó-. "No" -se contestó el solo (porque, como estaba solo, hablaba a menudo consigo mismo y era lo suficientemente educado como para responderse)-. Así que descartemos también el mundo.
-¿Hay, entonces, alguien ahí? No, si el mundo no existe no queda nadie, ni yo... ¿¡Eh!? ¿¡Cómo!? -exclamó monsieur Descartes, dando un brinco mental-. ¡No!¡no! eso no. Yo sí que tengo que estar, porque estoy pensando, así que...

Pero -pensó también (ya que llevaba un buen impulso pensante)-, si puedo pensar que pienso sin saber nada sobre mi cuerpo ni mi cerebro, entonces ¡SOY UNA SUSTANCIA PENSANTE! Y ADEMÁS ¡INDEPENDIENTE DEL CUERPO!
Al fin y al cabo ¿quién es este ser pesado que llevo a rastras como una sombra, y al que siempre me refiero en tercera persona, como si realmente no fuera... YO? ¿Quién es mi cerebro, al que ni tengo el gusto de conocer? Si lo viese en una foto o un escáner no lo (¿o "me"?) reconocería.

Así que Descartes se dijo, muy convencido, que él (YO) era sobre todo una mente, aunque unida a un cuerpo de forma misteriosa y no necesaria. Muy contento con su nuevo descubrimiento, se fue con su cuerpo a dar un paseo.

¿Qué te parece? ¿Crees que la mente es independiente del cuerpo en algún sentido? ¿Te ves sobre todo como una mente, una cosa pensante, antes que como un cuerpo? ¿Qué relación hay entre TÚ y TU CEREBRO?

domingo, 14 de noviembre de 2010

Mente, Materia y Mundos (reedición)

Diálogo entre un materialista (M) y un idealista (I)

M.- ¿Entonces tú crees en espíritus y cosas así?
I.- ¿Quieres decir que si creo que existen las mentes? Claro (por lo menos la mía), y otras cosas no materiales, como son todas las ideas. Es más, de lo que dudo es de que lo físico y material tenga consistencia.
M:- ¿Cómo puedes creer eso? ¿Has visto alguna vez una mente o una Idea?
I.- Ver, con los ojos, no, claro. Tampoco he visto nunca un olor o un dolor o una esperanza. Pero “ver” con la inteligencia… Oye ¿qué crees que es lo que “ves” cuando piensas, y con qué crees que piensas tú?
M.- Pienso con el cerebro, por supuesto. La mente no es más que el funcionamiento del cerebro. Y las Ideas están en el cerebro y son producto del cerebro.
I.- O sea, que las Ideas (pongamos por caso, el Triángulo o el color Rojo), no existen fuera de tu cerebro.
M.- Claro. Del mío o del tuyo.
I.- Eso me parece muy extraño, porque yo no he visto mi cerebro y sí mis ideas. Yo creía que en el cerebro había neuronas y sangre, no ideas.
M.- Es que las Ideas no existen, en verdad. Llamamos ideas a lo que hace nuestro cerebro.
I.- Entonces ¿crees que el matemático, o cualquiera que quiera saber algo sobre las Ideas, debería ir a preguntarle al neurólogo? ¿Dirá el neurólogo, mirando en el cerebro, qué operaciones son exactas y cuáles no, quién razona correctamente y quién no? Y, como el propio neurólogo usa las ideas matemáticas y otras más, tendrá que mirar su propio cerebro, en cada momento, para saber si está razonando correctamente… ¿No te parece demasiado ridículo todo eso? ¿Crees que la matemática depende de la psicología o de la neurología, o más bien al revés?
M.- Todos los que tenemos un cerebro parecido podemos comprender las mismas ideas, no hace falta que le vayas a preguntar al neurólogo. Pero eso no quita para que estén en el cerebro. ¿Dónde van a estar, si no?
I.- Pero ¿no es verdad que los cerebros han surgido a lo largo de la historia del universo y han evolucionado, hasta nuestros días, y seguirán cambiando?
M.- Claro. Todo en la naturaleza está cambiando, o puede cambiar.
I.- Pero ¿entonces crees que las Ideas cambiarán con el cambio de los cerebros? Por ejemplo ¿dos más dos dejarán de ser, con el tiempo, cuatro, o el triángulo cambiará de área, o el Rojo se hará Azul?
M.- Sobre esto tengo dos teorías, y no sé cuál prefiero. A veces creo que las ideas matemáticas y las otras que parecen fijas, podrían, en verdad, cambiar, como cualquier cosa. Lo que pasa es que como se repiten siempre, creemos que no pueden fallar.
I.- O sea, que mañana podría ser que se volviese falsa la lógica de hoy, así que una cosa no tendría por qué ser igual a sí misma. Entonces, en esa época futura, cualquier absurdo es válido: yo, por ejemplo, soy yo y tú a la vez, y estoy aquí y allí, porque como ha cambiado la lógica… O, si tengo dos piernas y me cortan una, podrían quedarme tres ¿no? ¿Qué tipo de mundo sería ese? Yo, por lo menos, no podría entenderlo. Y la ciencia, incluida tu querida física y neurología, dejarían de ser correctas…
M.- Pero no hay por qué pensar que esas cosas vayan a cambiar, porque la verdad es que no son cosas, no son seres. Esa es la otra opción que tengo.
I.- ¿Qué quieres decir? ¿Qué son? ¿Por qué no cambian?
M.- Quiero decir que los números, por ejemplo, son simples palabras. Significan lo que nosotros queremos, por eso no van a cambiar, a no ser que lo decidamos. Te pongo un ejemplo: las reglas del ajedrez, mientras queramos respetarlas, serán así, no cambiarán.
I.- ¿Quieres decir que son un convenio nuestro? ¿O sea, que yo me puedo inventar otras? Y ¿me puedo inventar otra lógica y otra matemática, en la que, por ejemplo, una cosa no sea igual a ella misma y tres sea menor que dos?
M.- Y ¿por qué no? Al fin y al cabo todas esas ideas de la lógica las hemos inventado y creemos en ellas sólo porque nos conviene que las cosas se estén quietas y sean previsibles. Pero, que las Ideas resulten útiles, sobre todo a los cobardes que querrían un mundo sin sorpresas, no quiere decir que sean verdaderas. Nunca podremos saber cómo es el mundo, ni siquiera qué pasará dentro de un segundo. Cada especie, o cada individuo, se monta sus ideas, según sus intereses. Pero vosotros, los idealistas, confundís vuestra fe con la verdad.
I.- Eso suena muy bonito, y muy valiente. Pero ¿cómo te atreves entonces tú a hablar, si para eso necesitas usar este lenguaje que dices que es un invento de cobardes?
M.- Hablo con tus palabras, con tus creencias, no con las mías.
I.- Y ¿con qué palabras tuyas hablas de las cosas? ¿Tienes alguna forma de decir algo que sea verdad? Ya que se inventa cada uno cómo ve el mundo según sus intereses ¿por qué no te inventas que las cosas te obedecen en todo momento? ¿O es que eso no te resultaría interesante?
M.- Bueno, muy bien, eres muy hábil para mostrar los fallos de los demás, pero ¿quieres explicarme cómo crees que un ser como tú o yo, que somos de carne y hueso, y tan mortales como las moscas, podemos comprender verdades eternas?
I.- Sí, eso es un gran misterio. Yo creo que, si podemos pensar Ideas, y saber que no cambian, es que nosotros mismos somos como ellas, inmortales e inmateriales.
M.- ¡Eso es mitología! ¿Dónde están las Ideas, y las Mentes o Espíritus?
I.- ¿Dónde? Hombre, en ningún sitio, porque no son cosas espaciales o materiales.
M.- Pues eso, y lo que no está en ningún sitio, no existe.
I.- Puede ser. Pero, dime ¿dónde están los objetos físicos, lo material, que dices tú que es lo único que existe?
M.- ¿Cómo que dónde están?
I.- Sí, que dónde están. Dices que todo está en algún lugar…
M.- Claro. Cada cosa está en un lugar, rodeado de otras, en el espacio, y en el tiempo.
I.- Y el espacio y el tiempo ¿dónde están?, y ¿cuándo?
M.- No te entiendo.
I.- Si existen tienen que estar, según tú, en algún lugar y en algún tiempo. ¿En qué lugar y en qué tiempo están el lugar y el tiempo (y con ellos, claro, las demás cosas materiales, que están en ellos)? Por ejemplo, ¿ocupa lugar el espacio? ¿Pasa el tiempo por el tiempo?
M.- Es que tiempo y espacio no son cosas, son ideas nuestras.
I.- ¿Y qué cosas no son ideas? ¿No son ideas también las masas, las fuerzas, los colores…? O sea, ¿todo?
M.- Sí, en cierto modo. Todo lo representamos con nuestras ideas.
I.- Y no tenemos otra forma de hacerlo. Luego, todo lo que existe son simples ideas, mezcladas.
M.- Pero las ideas no existen, insisto, son el producto de nuestra actividad cerebral.
I.- Si es así, quitémoslas. ¡A ver qué te queda! ¿Puedes conocer qué es un cerebro, o cualquier hecho físico, sin tener Ideas? ¿Crees que alguna vez la ciencia eliminará la mente y las ideas? Se eliminaría a sí misma ¿no te das cuenta? Si todo cambia, nada se puede entender. Y es absurdo creer que un pensamiento es, en realidad, un movimiento físico. Me parece más fácil pensar lo contrario, o sea, que un movimiento es una representación mental.
M.- A mí, en cambio, me parece absurdo pensar que todo está en la mente y que existen cosas que no están en ningún sitio. Pero todo lo que dices me hace pensar, y veo que no es tan fácil solucionar esto.
I.- Estoy de acuerdo, es muy difícil. ¿Cuánto tiempo crees que lleva la humanidad dándole vueltas a esto? Siempre ha habido idealistas que han creído en “espíritus”, como dices tú, y otros que lo han negado, materialistas como tú.
M.- Quizás sean cuestiones sin respuesta, o mal planteadas, y no las resolveremos nunca.
I.- Lo que no quiere decir que nos las podamos quitar de encima, yo por lo menos. Además, las creo muy importantes, porque tratan sobre el verdadero sentido de las cosas.
M.- Bueno, también se puede vivir sin ellas, si no estás enfermo del virus de la filosofía.


¿Qué postura te convence más? ¿Se te ocurren otros argumentos para alguna de ellas?

viernes, 12 de noviembre de 2010

Medidas de control

El otro día, el claustro del instituto decidió con casi total unanimidad (sólo hubo un voto en contra) cerrar durante los periodos de recreo las pistas deportivas (es decir, más de la mitad de la superficie del centro) porque hay algunos alumnos que se esconden entre las gradas para fumar y es imposible controlarlos.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Próxima tertulia: la Amistad (MODIFICADA: VER FECHA)

(ATENCIÓN: CAMBIO DE FECHA)

¿Qué hay más importante que tener amigos? “Entre los amigos, todo es común”, decía un dicho griego. Todo el mundo (o casi) cree que la amistad es lo más importante, o una de las cosas más importantes. Pero ¿por qué? ¿Qué es un amigo?



¿Será que un amigo es algo muy “beneficioso”? Desde luego: nadie quiere por amigos a los que le hacen sufrir, ¿no? Sin embargo, solemos decir que la buena amistad no tiene nada de egoísta. El ejemplo ideal de amigo, parece ser, no es el que piensa “hoy por ti, mañana por mí”, o sea, el que te beneficia para que se lo devuelvas.., sino más bien el que es capaz de sufrir las mayores penalidades por el amigo.

Pero, entonces, ¿qué buscamos en un amigo? ¿Será que buscamos a los que nos son afines o semejantes (nuestros otros yo)? En ese caso, nadie es más amigo de uno mismo que uno mismo. Pero, entonces, la amistad consiste en rechazar de nuestro lado a los que son diferentes… Además, ¿no es un poco estúpido (además de egoísta) quererse sobre todo a sí mismo y a los que son como uno, cuando todos sabemos que no somos lo mejor que hay en el mundo? ¿No deberíamos querer como amigos a los que nos pueden enseñar? Claro que, en ese caso, ¿qué interés tendría el otro en ser nuestro amigo, si no podemos aportarle mucho?

Se dice que decía Aristóteles, “¡ay, amigos: no hay amigos!” ¿Será esto verdad?

Os espero en la tertulia, el JUEVES 18 de Noviembre) a las seis de la tarde, en el Carro de Tespis.

martes, 2 de noviembre de 2010

¿Dónde están las cosas? (reedición)

Una manera de intentar contestarse (o por lo menos preguntarse) QUÉ ES LO REALMENTE REAL, es empezando por lo siguiente:

¿Dónde están EL DOS, EL CÍRCULO, LA BLANCURA, YO…?

Respuestas posibles:

A) Están en los objetos físicos pares, redondos, blancos… y yo estoy en (o sea, soy) mi cuerpo y mis actos físicos, y también están en los cerebros que piensan en esas ideas. O sea,
son cualidades materiales, porque todo es material o físico.

B) Están en su propia realidad, que no es material o física, sino que es eterna y no cambia (inmutable), pero que es tan real o más que el mundo físico. Ni en los cuerpos ni en los cerebros pueden estar las ideas. Lo que hay en ellos es sólo un reflejo o participación de las ideas.
Las Ideas son inmateriales

¿Cuál de estas dos teorías te parece más verdadera o cercana a la verdad? ¿Qué problemas ves en cada una de ellas?

jueves, 28 de octubre de 2010

El enigma de existir. ¿Dónde está lo que no hay? (reedición)

Hubo un tiempo en que no existí, habrá un tiempo en que (no sé si por suerte o por desgracia) no existiré. ¿Qué es eso de Existir? ¿Es una característica más, como ser mamífero, pensante, varón...?
Desde luego, si es una característica, es una muy extraña, porque que esté o no esté presente ella, no distingue a nadie de nadie.



Una moneda real es lo mismo que una irreal, decía Kant: la existencia no añade nada a las propiedades de una cosa. Claro que muchos se han burlado de esto. Que existan mis doscientos mil euros o no es justo lo que me distingue como rico malvado o bondadoso pobre. Pero Kant no quería decir una cosa tan tonta. Supongamos que te describo a mi primo con todo detalle. ¿Cambiará algo la idea que te hiciste de él si te enteras de que no tengo primo, y me inventé la descripción?


Si pregunto quién soy, o quién eres, me puedes enumerar muchas características pero… ¿dirías en algún momento la existencia? Parece que no ¿De quién me distingue existir? Sólo DE MÍ MISMO NO EXISTIENDO. Cualquier característica que quisieses decir pertenecería a la Esencia (o a los accidentes). Tu ESENCIA, es la misma, independientemente de que existas ahora o no ¿no?

Pero, por muy difícil que parezca expresar qué es existir, es una "característica" muy importante, quizás la más importante, quizás la única... Porque ¿dónde estabas, entonces, cuando no existías? ¿Dónde estarás cuando no existas?

Hay un ser que ¡ay!, no existe. Era el que iba a nacer si en lugar del espermatozoide Fulanoide (que fue el que logró incrustarse en el óvulo de mi madre) lo hubiese conseguido su compañero de escalada una semana o un mes antes, Menganoide. Ese ser que no ha llegado a nacer ¿dónde está? Algunos filósofos dicen que habita en otro Mundo Posible. Un filósofo australiano del siglo XX, David Lewis, sostuvo que los mundos posibles existen de la misma manera que el nuestro, pero no pueden comunicarse uno con otro. ¿Está allí juanantonio-bis? ¿En cuántos mundos posibles está? (Porque hay que tener en cuenta que en unos convivirá con unas posibilidades (por ejemplo, con el bis de mi hermana) y en otros con otras posibilidades (en donde no tendría hermanas yo)…
Entonces ¿qué tiene de especial este mundo, salvo que en él estoy YO (bueno, y tú, supongo)? Menudo lío.

En resumen, las preguntas que os planteo son las siguientes:

¿En qué consiste existir?
¿hay cosas que no existen, y aun así las HAY?

sábado, 23 de octubre de 2010

Cada uno es lo que es, pero ¿qué? (reedición)

(Conversación inesencial)


Covadonga.- Hola, Mari Re.
Maria Refugia.- Hola, Cova ¿qué tal?
C.- Vas a ser tú la primera en saberlo.
M. R.- ¿El qué?
C.- Voy a hacerme budista… creo (todavía no me he decidido del todo).
M. R.- ¿Budista? ¿Te vas a dejar la cabeza como una bombilla?
C.- Puede ser.
M. R.- ¿Y eso? ¿Por qué te ha dado por ahí?
C.- Sabes que está en mi casa, de intercambio de vacaciones, un muchacho de cavernistán, ¿no?
M. R.- Eso he oído.
C.- Pues me está contando cosas de sus creencias y la verdad es que me molan.
M. R.- ¡Qué colgada estás, tía!
C.- ¿Sabes lo que dice Buda?
M. R.- ¡Pues claro que no! ¡No conozco mi religión, que es la verdadera, y voy a conocer una de culistán! ¿no te digo?
C.- No seas burra. Mira, Buda decía que todos los problemas vienen del egoísmo.
M. R.- Pues mi abuela dice que un poco de egoísmo hay que tener…
C.- Y dice que el egoísmo viene de la ignorancia, de que te crees que eres algo y la verdad es que no eres nada…
M. R.- ¡Nada lo serás tú! ¡Yo sí que soy algo!
C.- ¿Sí? Pues déjate de cachondeo y dime qué eres tú, o sea, cuál es tu esencia, eso que no puede cambiar en ti sin que dejes de ser tú.
M. R.- ¿Qué me deje yo de cachondeo, y me haces esas preguntas? Pues mira, yo soy una chica caverniana, alegre, simpática, guapa…
C.- ¡Para, para! ¿A ver? ¿Eres una chica? ¿Y si te cambias de sexo, dejas de ser tú?
M. R.- Mujer, pues un poco sí, o hasta bastante.
C.- Pues los que se cambian de sexo no dejan de creer que son ellos mismos… ¿Qué más? ¿Alegre? ¿Entonces cuando estás triste no eres tú? ¿Guapa? Aparte de que te regalaré un espejo mañana… ¿qué pasa si te cambia la cara y no hay quien te reconozca? ¿No serás tú?
M. R.- Déjate de rollos. Vamos a ver: sólo yo tengo mis recuerdos, nadie sabe lo que yo sé de mí, ¿sí o no?
C.- Pues no… Mira, hace muchos años no tenías los mismos recuerdos, y eras tú misma. Luego has ido cogiendo unos y soltando otros… Y, escucha, ¿qué pasaría si en un accidente (Dios… quiero decir, Buda no lo quiera) se te olvida todo lo que recuerdas? ¿Serías tú o no? ¿Y si te conviertes en un pájaro?
M. R.- ¿En un pájaro? ¡Pájaro el Buda ese! ¿A dónde quieres ir a parar?
C.- Pues lo que dice Buda es que, si te paras a pensarlo, eres nada de nada de nada. Y no sólo tú, sino todo, todo y todo. Y si te das cuenta de esto dejarás de ser egoísta.
M. R.- Sí, claro, y dejarás de tener cabeza ¿no te joroba? Te ha dado el mismo mal que a Espelunca.
C.- ¿Te has parado a pensar, como dice Espe, si todo esto es un sueño, o somos personajes que ha creado alguien y nos maneja y nos imagina como quiere?
M. R.- Pues si nos está imaginando alguien, está claro que tiene que ser un profe de cavernisofía, porque no es normal que nos rayemos tanto como nos rayamos, siendo unos pobres cavernianos.



C.- Vale, pero cuando lo sepas me dices CUÁL ES TU ESENCIA. Y tú, también.

lunes, 18 de octubre de 2010

Próxima tertulia: el suicidio

A propuesta de una contertulia habitual, este próximo domingo, 24 de Octubre, hablaremos del Suicidio, como siempre en el Carro de Tespis, en Sax, a las 6.00 de la tarde.


¿Es lícito, moralmente, quitarse la vida, la de uno mismo?
Un argumento dice que, puesto que la vida, la nuestra, no la hemos creado nosotros mismos, tampoco somos dueños de destruirla. Este parece el argumento principal de los creyentes. Sin embargo, el argumento teológico podría darse la vuelta. Algunos filósofos de la antigüedad, para demostrar que los dioses nos han dado todo lo que necesitamos, argumentaban que nos han dado la posibilidad de eliminarnos a nosotros mismos si no nos gusta lo que hay. ¿Qué mayor libertad que esa?

Actualmente el suicidio es algo tabú, y “prohibido” (incluso sin comillas). Aunque en algunos países muy desarrollados (como los nórdicos europeos, o Japón) casi se puede hablar de una moda del suicidio.

¿Deberíamos impedir a toda costa que una persona se quite la vida?
¿Deberíamos respetar su decisión a toda costa? ¿Sólo deberíamos respetarla si nos convence de que hace bien…?
Esas y otras preguntas podemos tratar el domingo. Os esperamos.

jueves, 7 de octubre de 2010

El lugar de la filosofía


¿Qué lugar tendría que ocupar la filosofía en la vida de uno, y en la sociedad? ¿Debería ser desechada, como especulación ociosa sobre preguntas sin respuesta? ¿Debería ser considerada la tarea reina y fundamental de la vida y la cultura...? ¿Qué sitio crees que le corresponde?


Ved también la entrada: ¿Para qué filosofía?

domingo, 26 de septiembre de 2010

Próxima tertulia: ¿Progreso?

Os propongo que nos reunamos el próximo domingo, 3 de Octubre, a las seis de la tarde, en el Carro de Tespis de Sax, para tertuliar sobre el PROGRESO


¿Es bueno el progreso? Pero... ¿qué es progreso?
Hombre, si por progreso entendemos simplemente “ir a mejor”, quizás todo el mundo diría que el progreso es bueno: lo sería por definición.
¿Y si por progreso entendemos el desarrollo de ciencias y tecnologías que hagan la vida “más cómoda”, que curen enfermedades (incluso permitan no morirse), que creen sistemas de calefacción, etc? ¿Es eso “progreso”, es ir a mejor? Ya aquí habría quien diría que no. Por ejemplo, Rousseau creía que todo eso no ha traído más que corrupción de la naturaleza humana. Algunos, aunque pocos, hoy se inclinarían a darle la razón.
¿Y si por progreso entendemos el desarrollo de una forma de vida en que se explota sistemáticamente la naturaleza para producir, industrialmente, un montón de cosas, que nos permiten tener más cosas y viajar más rápido…? Aquí cada vez hay más personas que dudan de que se pueda hablar de buen progreso. Algunos piden que, más bien, pensemos en el decrecimiento, como más justo y ecológico. Ahora bien, ¿desmontaríamos las industrias, prescindiríamos de nuestros coches privados, de nuestros móviles…?
¿Y qué decir del progreso moral?
¿Es progreso acabar con las antiguas creencias mágicas y religiosas, que creen que las montañas son sagradas, para cambiarlo por teorías científicas (biología, neurología, química…)?
¿Es progreso llevar la “democracia” “occidental” a todas las culturas de la tierra…?
Son preguntas muy difíciles y, a la vez, necesarias y oportunas. Les daremos vueltas el domingo, si os parece. Hasta entonces.



martes, 21 de septiembre de 2010

La fruta prohibida

¿Qué tiene que hacer el hombre en esta vida? ¿De dónde viene y para qué está?
He aquí lo que dice el comienzo de la Biblia sobre este asunto:

“Modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue el hombre así ser animado. Plantó luego Yahvé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre, a quien formara. Hizo Yahvé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar, y en medio del jardín el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal.(...) Tomó pues, Yahvé Dios al hombre, y le puso en medio del jardín de Edén para que lo cultivase y guardase, y le dio este mandato: “De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque del día que de él comieres, ciertamente morirás”. [Génesis 2, extractos]


En cambio, Aristóteles escribe:

“Si tuviese algún sentido lo que dicen los poetas y la divinidad fuese por naturaleza envidiosa, aquí (en el deseo de saber los principios y la esencia de todo) se aplicaría principalmente, y serían desdichados todos los que en esto sobresalen. Pero ni es posible que la divinidad sea envidiosa (sino que, según el refrán, mienten mucho los poetas) ni debemos pensar que otra ciencia sea más digna de aprecio que esta” (Metafísica, A)

Así que, al parecer, según el mito no debíamos probar del árbol del conocimiento, querer saber sería el gran pecado: lo sagrado no debe ser investigado, sólo temido y reverenciado (la curiosidad mató al gato). En cambio, según el filósofo es precisamente eso lo que hay que investigar y querer conocer, el origen primero y el fin de todas las cosas.

¿Qué te parece? ¿Deberíamos dejar para la poesía o para la creencia todos esos asuntos “metafísicos”? ¿Hizo mal Eva al querer probar del árbol del conocimiento del bien y del mal, y hacernos iguales a dioses? 
¿Podemos darles una respuesta racional a esas cuestiones?
¿Cómo es y cómo debe ser la relación entre religión y filosofía?

(Ver tambiénhttp://cavernisofia.blogspot.com/2009/09/filosofia-yo-religion.html)

domingo, 19 de septiembre de 2010

El problema de la vida

Seguramente todos los que estéis leyendo esto, estéis vivos en este momento. Entonces tenéis (o, mejor, tenemos, vosotros y yo) la misma suerte, y también… el mismo problema. ¿O no es un problema, la vida?

Podemos hacer muchas cosas, estando vivos. Y hacemos muchas cosas, dadas nuestras posibilidades. Jugamos, estudiamos, amamos, trabajamos… Pero ¿es eso todo? ¿No tiene nuestra vida algún sentido más “importante”?
Hemos nacido sin que se nos pidiese permiso (al menos yo no lo recuerdo); moriremos queramos o no. ¿Tiene sentido todo esto? ¿Cuál? ¿Cuál es el sentido de la vida?
¿Somos fruto de la casualidad? ¿Surgimos de la nada? ¿Somos algo sólo material, físico, mecánico…; o somos seres espirituales, almas; o una extraña mezcla de las dos cosas?
¿Tiene algún propósito, algún fin, nuestra existencia?, ¿o no tiene ningún propósito real y objetivo, sino el que quizás le demos nosotros, cada uno?
¿Por qué somos unos animales tan extraños, que se preguntan por el sentido de su vida?...

Estas preguntas son las que se hace el filósofo, o sea, tú. Unos le dan una respuesta, otros otra. Algunos piensan que la pregunta por el sentido de las cosas es una pregunta que no tiene sentido. También estos son filósofos. Otros creen que, en realidad, la vida no tiene ningún sentido, aunque nos gusta imaginarnos que sí, que estamos aquí por y para algo. Hay quienes dicen que todo el sentido de nuestra vida es hacerse la pregunta por el sentido de nuestra vida.

¿Qué te parece? ¿Tienen “importancia” estas preguntas? ¿Cuánta? ¿Sirve para algo la Filosofía?


¿Qué opinas de estas dos frases:
Sócrates, un filósofo griego, dijo que “una vida sin examen no merece la pena de vivirla”,
un dicho popular dice “come y bebe, que la vida es breve”?

Bienvenidos al nuevo curso de Filosofía y Ciudadanía

lunes, 6 de septiembre de 2010

Tertulia de vuelta al Trabajo

Vuelta al cole. Vuelta al estresante y rutinario trabajo. Al parecer, se acabó el rutinario y estresante descanso. Y como en este ciclo de la vida todo vuelve, vuelven nuestras rutinarias y estresantes tertulias.
Os propongo que tertuliemos sobre eso, sobre el trabajo (si podéis tomaros el trabajo de ir a las 6.00 de la tarde del domingo 12 de septiembre hasta el lugar habitual, el café-teatro “El Carro de Tespis”)

El mito dice que, como castigo por querer conocer el bien y el mal, Adam y Eva, los primeros hombres, fueron condenados a trabajar, a sudar su triste y escasa supervivencia en un mundo más parecido al desierto que al Edén. Y nosotros hemos heredado esa pena.

¿Por qué es tan doloroso el trabajo? ¿No se supone que debería realizarnos? ¿No se dice que “trabajo es salud”?
¿Sería preferible estar inactivo? ¿Estar tirado sin hacer nada, “descansando” siempre?
Imaginemos un dios, que no necesita trabajar ni hacer nada, porque es autosuficiente. ¿No acabaría por crear un mundo, con bastantes errores de funcionamiento, para entretenerse interviniendo en él?

¡Descanso! ¡descanso! El descanso definitivo, la paz perpetua, está en los cementerios, ¿no? Así que vida es trabajo. Y estar más activo es estar más vivo.
Pero, entonces, ¿por qué casi todo el mundo asocia algo penoso con las palabras ‘trabajo’, ‘tarea’, ‘labor’…? (Los nazis pusieron en la puerta de un gran campo de concentración las ácidas palabras “El trabajo os hará libres”).
¿No será que, como hemos hecho con otras cosas maravillosas y vitales (como la comida y el sexo), también hemos contaminado con nuestra amargura una cosa tan bonita como trabajar? ¿Es posible ser feliz en el trabajo? ¿Es posible ser feliz fuera del trabajo?
¿Le pagarían a uno lo mismo si el jefe se enterase de que lo hace con gusto, que haría lo mismo por placer?

Demasiadas preguntas para empezar. Pero si os apetece buscarle respuesta a sólo una de ellas, os esperamos en la tertulia de este próximo domingo.


miércoles, 1 de septiembre de 2010

Pensamiento en verso. X (Tarde invernal)


Tarde invernal

Cuando la nieve cae en las ventanas
Suena, larga, la campana de la tarde,
Muchos tienen la mesa preparada
Y la casa está serena.

Tantos que estaban de viaje
Llegan a la puerta por oscura senda.
Dorado florece el árbol de la gracia
Desde la fresca sabia de la Tierra.

Caminante, entra en silencio:
Dolor petrificó el umbral.
Resplandecen en su luz
Sobre la mesa el pan y el vino.

Georg Trakl

domingo, 29 de agosto de 2010

Pensamiento en verso. IX (Aristóteles lo dijo...)

Versos del maestro del buen amor y la buena vida, Arcipreste de Hita, musicados y cantandos por el maestro cantor Paco Ibánez

jueves, 26 de agosto de 2010

Carta al padre

CARTA AL PADRE. Por F. Kafka (Extractos)

Querido padre:"Me preguntaste una vez por qué afirmaba yo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestar, en parte, justamente por el miedo que te tengo, y en parte porque en los fundamentos de ese miedo entran demasiados detalles como para que pueda mantenerlos reunidos en el curso de una conversación. Y, aunque intente ahora contestarte por escrito, mi respuesta será, no obstante, muy incomprensible, porque también al escribir el miedo y sus consecuencias me inhiben ante ti, y porque la magnitud del tema excede mi memoria y mi entendimiento.
"Para ti, el asunto fue siempre muy sencillo, por la menos por lo que hablabas al respecto en mi presencia y también, sin discriminación, en la de muchos otros. Creías que era, más o menos, así: durante tu vida entera trabajaste duramente, sacrificando todo a tus hijos, en especial a mí. Por lo tanto, yo he vivido cómodamente, he tenido absoluta libertad para estudiar lo que se me dio la gana, no he tenido que preocuparme por el sustento, por nada, por lo tanto, y a cambio de eso, tú no pedías gratitud (tú conoces como agradecen los hijos) pero esperabas por lo menos algún acercamiento, alguna señal de simpatía; por el contrario, yo siempre me he apartado de ti, metido en mi cuarto, con mis libros, con amigos insensatos, con mis ideas descabelladas; jamás hablé francamente contigo, en el templo jamás me acerqué a ti, en Franzenbad no fui jamás a visitarte, tampoco he conocido el sentimiento de familia, ni me ocupé del negocio ni de tus otros asuntos, te endosé la fábrica y te abandoné luego, apoyé a Ottla en su terquedad, y mientras que por ti no muevo ni un dedo (si siquiera te traigo una entrada para el teatro), no hay cosa que no haga por mis amigos. Si haces un resumen de tu juicio sobre mí, surge que no me reprochas nada que sea en realidad indecente o perverso (excepto, tal vez, mi reciente proyecto de matrimonio), sino mi frialdad, mi alejamiento, mi ingratitud. Y me lo echas en cara como si fuese culpa mía, como si mediante un golpe de timón hubiese podido, dar a todo esto un curso distinto, en tanto tú no tienes la menor culpa, salvo tal vez la de haber sido excesivamente bueno conmigo.
Esta consabida interpretación tuya me parece correcta sólo en lo que se refiere a tu falta de culpa en cuanto a nuestro distanciamiento. Pero también estoy yo igualmente exento de culpa. Si pudiera conseguir que reconocieras esto, entonces sería posible, no digo una vida nueva -para ello los dos somos ya demasiados viejos-, pero sí una especie de paz, no un cese, pero sí un atenuamiento de tus incesantes reproches.
Es extraño, pero tú tienes un presentimiento de lo que quiero decirte. Así por ejemplo, me dijiste hace poco: "Yo siempre te he querido, aunque no como ellos". Ahora bien, padre: yo en verdad nunca dudé de tu bondad para conmigo pero no me parece que tu observación sea exacta. Tú no sabes fingir, eso es cierto, pero si pretendes, sólo por esa razón, afirmar que los otros padres fingen, se trata, o bien de simple terquedad, imposible de discutir, o bien de una expresión encubierta de que hay algo que no anda bien entre nosotros, y que tú contribuyes a causar, aunque sin culpa. Si realmente es ésa tu opinión, estamos de acuerdo. No digo, por supuesto, que he llegado a ser lo que soy sólo por tu influencia. Eso sería muy exagerado (y bien que me siento atraído hacia tal exageración). Es muy posible que, aun si hubiese estado totalmente libre de tu influencia durante mi desarrollo, no hubiera podido llegar a ser tampoco la clase de persona que tú quieres.
Yo hubiese sido feliz teniéndote como amigo, como jefe, tío o abuelo, y hasta (aunque en esto ya vacilo) como suegro. Pero precisamente como padre has sido demasiado fuerte para mí, tanto más cuanto que mis hermanos murieron siendo niños aún, y las hermanas llegaron sólo mucho más tarde, de manera que yo tuve que soportar completamente solo el primer choque, y para eso era débil, demasiado débil.
Yo era un niño tímido, pero seguramente también terco, como deben ser los niños; sin duda mi madre me mimaba también, pero no puedo creer que fuera tan difícil tratarme que una palabra cariñosa, un
silencioso asirme de la mano, una mirada dulce no hubieran podido obtener de mí lo que quisieran. En el fondo, eres un hombre bueno y afable (esto no está en contradicción con lo que sigue, ya que solamente hablo de la apariencia con que influías sobre mí, cuando era niño), pero no todos los niños tienen la perseverancia y la intrepidez suficientes como para buscar mucho tiempo hasta llegar a la bondad.
Por cierto, no puedo describir ahora concretamente tus recursos educativos de los primeros años, pero bien puedo imaginármelos infiriéndolos de los años siguientes y de tu manera de tratar a Félix. Y debe considerarse que todo se acentuaba en aquel entonces, porque eras más joven, y en consecuencia más espontáneo, más fogoso, más primitivo, más despreocupado que hoy y que, además, te hallabas por completo absorbido por el negocio; que yo te veía apenas una vez en el día, y por lo tanto, la impresión que me causabas era más honda aún, y nunca llegó a disminuir con la costumbre.
Sólo recuerdo con claridad un suceso de los primeros años. Quizá tú también lo recuerdes. Una noche, yo, lloraba sin cesar pidiendo que me trajeran agua, no sin duda porque tuviera sed sino probablemente en parte para fastidiar y en parte para entretenerme. Como algunas amenazas violentas no habían producido efecto, me sacaste de la cama, me llevaste al balcón y me dejaste allí un rato, en camisa, solo ante la puerta cerrada. No pretenderé decir que eso estaba mal, puede ser que en ese momento no hubiese otra forma de conseguir el descanso nocturno, pero quiero caracterizar con ello tus métodos educativos y su efecto sobre mí. Sin duda, esa vez fui obediente, pero había sufrido un daño interior. Nunca pude establecer, de acuerdo con mi naturaleza, la relación correcta entre lo lógico, para mí, de aquel absurdo pedir agua con lo extraordinariamente terrible de verme llevado afuera. Todavía años más tarde me perseguía la visión aterradora de ese hombre gigantesco, mi padre, esa última instancia, que podía, casi sin motivo, venir de noche a sacarme de la cama y llevarme al balcón, a tal punto yo no era nada para él.
Aquello fue entonces solamente un breve comienzo, pero esa sensación de nulidad que con frecuencia me domina (en otro sentido, sin duda, también una sensación noble y fértil), se debe en gran parte a
tu influencia. Me hubiese sido necesario un poco de estímulo, un poco de cordialidad que me allanara ligeramente el camino; en cambio, tú me cerrabas el paso, indudablemente con la buena intención de desviarme hacia otro. Pero yo no servía para eso. Tú, por ejemplo, me alentabas cuando hacía bien el saludo militar, el paso de marcha, pero yo no era un futuro soldado, o me estimulabas cuando podía comer mucho y aún tomar cerveza, o cuando lograba repetir canciones incomprensibles o repetir tus frases usuales, pero nada de eso pertenecía a mi porvenir. En aquel entonces, y sólo en aquel entonces, me hubiera sido necesario el estímulo. Si tu sola presencia física ya me aplastaba... Recuerdo, por ejemplo, cuando nos desvestíamos juntos en una casilla. Yo flaco, débil, enjuto; tú, fuerte, grande, ancho. Ya en la casilla me sentía miserable, y no sólo frente a ti, sino ante el mundo entero, porque tú eras para mí la medida de todas las cosas. Pero después salíamos de la Casilla e íbamos entre la gente, yo tomado de tu mano, un esqueleto pequeño, vacilante, descalzo sobre las tablas, temeroso del agua, incapaz de imitar tus movimientos para nadar que, con la mejor intención, pero en realidad para mi vergüenza profunda, tú repetías constantemente para enseñarme.
A ella correspondía, además, tu supremacía espiritual. Tú habías llegado tan alto mediante tu propio esfuerzo que por eso tenías una ilimitada confianza en tu parecer. Desde tu sillón gobernabas el mundo. Tu opinión era la correcta, y cualquier otra, absurda, exagerada, insensata, anormal. Tu confianza en ti mismo era tan grande que no necesitabas siquiera ser consecuente para que no dejaras, sin embargo de tener razón. Podía suceder también que acerca de un asunto no tuvieras opinión alguna, pero entonces todas las opiniones que fueran posibles con respecto a ese asunto tenían que ser falsas sin excepción. Podrías, por ejemplo, despotricar contra los checos, después contra los judíos, y esto en cualquier sentido, sin discriminación alguna, y al fin no se salvaba nadie, excepto tú. Asumías ante mí el enigma de los tiranos, cuyo derecho se funda en su persona y no en la razón. Por lo menos, así me parecía.
Ahora bien, con asombrosa frecuencia tenías razón de hecho contra mí. En la conversación, esto se sobreentendía, pues casi nunca se hacía posible el diálogo entre nosotros, pero también la tenías en la
realidad. No obstante, esto tampoco era muy incomprensible: todos mis pensamientos se hallaban bajo tu poderosa presión, incluso también aquellos que no coincidían con los tuyos, y especialmente éstos.
Bastaba con estar contento por cualquier causa, absorbido por ella, llegar a casa y expresarla, para que la respuesta fuese un suspiro irónico, un meneo de cabeza, un golpeteo de los dedos sobre la mesa: "Yo ví cosas mejores", o "me conmueves con tus preocupaciones”… Naturalmente, no era posible exigirte que demostraras entusiasmo por cada pequeñez infantil, ya que vivías sumido en preocupaciones y problemas. Pero no se trataba de eso. Se trataba más bien de que siempre y de hecho ocasionabas desilusiones al niño con tu espíritu de contradicción.
Eso se refería tanto a los pensamientos como a los seres humanos. Bastaba con que yo demostrase algún interés por alguna persona (cosa que, debido a mi carácter, no sucedía muy a menudo) para que tú, en seguida, sin consideración alguna para mis sentimientos ni respeto por mi opinión, te entrometieras con insultos, difamaciones y calumnias. Incomprensible me resultó siempre tu absoluta insensibilidad por el daño y el dolor que podías ocasionarme con esas palabras y esos juicios; era como si, no tuvieses la menor conciencia de tu poder.
Como por lo común me encontraba contigo durante la hora de las comidas, tu enseñanza en gran parte versaba sobre el correcto comportamiento en la mesa. Lo que se colocaba sobre la mesa debía comerse; no era permitido opinar sobre la calidad de la comida, pero tú, a menudo, la encontrabas incomible, la llamabas "la bazofia", la "bestia" (la cocinera) la había echado a perder. Como, debido a tu apetito excelente y tu peculiar preferencia, tragabas la comida con rapidez, caliente, y a grandes bocados, los niños debían apresurarse; un silencio sombrío reinaba en la mesa, sólo interrumpido por amonestaciones: "primero come, después habla", o "pronto, pronto", o "mira, hace rato que yo terminé". Los huesos no podían morderse, pero tú sí podías; el vinagre no podía sorberse, pero tú sí podías. Lo principal era cortar el pan en forma correcta, pero no tenía importancia que tú lo hicieras con un cuchillo que chorreaba salsa. Había que cuidar que no cayesen migas al suelo, pero al terminar, donde más restos había era debajo de tu silla. Una vez sentados a la mesa, sólo era permitido ocuparse en comer. Pero tú te limpiabas y te cortabas las uñas, sacabas punta a lápices, te hurgabas las orejas con escarbadientes. Te ruego, padre, que me comprendas bien: todos éstos hubieran sido detalles sin importancia, pero se tornaron deprimentes para mí porque tú, un hombre tan enormemente decisivo en mi vida, no cumplías los preceptos que me dictabas. Por esa razón el mundo quedó para mí dividido en tres partes: una donde vivía yo, el esclavo, bajo leyes inventadas exclusivamente para mí, y a las que, además, no sabía porqué, no podía adaptarme por entero; luego, un segundo mundo, infinitamente distinto del mío, en el que vivías tú, ocupado en gobernar, impartir órdenes y enfadarte por su incumplimiento; y, finalmente, un tercer mundo donde vivía la demás gente, feliz y libre de órdenes y de obediencia. Yo me hallaba siempre en una vergonzosa situación: o bien obedeciendo tus órdenes, lo cual implicaba una afrenta, ya que sólo tenían vigencia para mí, o bien adoptando una actitud obstinada, lo que también era ignominioso, ya que era imposible mantenerse obstinado frente a ti, o bien no podía obedecerte porque no poseía, simplemente, ni tu fuerza, ni tu apetito, ni tu habilidad, a pesar de que tu exigías eso como algo que se da por sobreentendido; y ésta era sin duda la vergüenza mayor. Así se movían, no las reflexiones, sino los sentimientos del niño….
Y además, sin poder alegar nada en contrario, ya que contigo resulta imposible iniciar una conversación tranquila si no estás de acuerdo de antemano con el asunto que se tratará o, simplemente, si no parte de ti. Tu temperamento dominante no lo permite. En los últimos años eso lo explicabas atribuyéndolo a tu nerviosidad cardíaca, pero yo no puedo decir que alguna vez haya sido esencialmente distinto; cuanto más, esa nerviosidad cardíaca es para ti un pretexto para ejercer tu dominación, ya que tomarla en cuenta obliga al otro a ahogar forzosamente el último intento de contradicción. No se trata de un reproche, por supuesto, sino de la comprobación de una realidad.
La imposibilidad de una relación apacible tuvo otra consecuencia más, sin duda natural: perdí la costumbre de hablar. De cualquier manera, nunca seguramente hubiera llegado a ser un gran orador, pero hubiese dominado el lenguaje humano con fluencia normal. Pero desde muy temprano tú me prohibiste la palabra; tu amenaza: "¡ni una palabra de protesta!" y la mano levantada al mismo tiempo, me acompañan desde siempre. Adquirí una manera entrecortada, tartamudeante de hablar en tu presencia (cuando se trata de tus asuntos, tú eres un excelente orador), y aún eso era demasiado para ti, de manera que finalmente me quedé callado, al principio, tal vez por terquedad y más tarde porque en tu presencia no podía ni pensar ni hablar. Y como tú eras mi verdadero maestro, todo esto influyó para siempre sobre mi vida en general. Cometes un gran error si crees que nunca me he sometido a ti.
Y también en esto aparecía tu indescifrable falta de culpa e inmunidad; tú insultabas sin el menor escrúpulo, pero también condenabas y prohibías los insultos de los demás. Reforzabas los insultos con amenazas, y éstas ya me alcanzaban también a mí. Me aterraba, por ejemplo, la siguiente: "Te destrozaré como un pez". A pesar de saber yo que nada peor seguía a tales palabras (por cierto, cuando era niño no lo sabía), mi concepción de tu poder casi me convencía de que eras capaz de hacerlo.
Aquí pueden mencionarse también las amenazas acerca de las consecuencias de desobedecerte. Si comenzaba a hacer algo que no fuera de tu gusto y tú me amenazabas con el fracaso, el respeto por tu opinión era tan grande en mí, que el fracaso, aunque fuese mucho más tarde, era irremediable.
Perdí la confianza en mis actos.
Tenías singular confianza en la educación mediante la ironía. Ella era también lo que más se adecuaba a tu superioridad sobre mí. Una exhortación de tu parte tenía habitualmente esta forma: "¿No puedes hacer esto así o así?, ¿esto con seguridad ya sería demasiado para ti?, ¿para esto naturalmente ya no tienes tiempo?" u otra parecida, y cada una de estas preguntas acompañada por una sonrisa maliciosa y un rostro agrio. Uno estaba castigado, en cierto modo, antes de saber que había hecho algo malo.
Hubo también, por suerte, momentos de excepción, en particular cuando sufrías en silencio, y el amor y la bondad vencían con su intensidad los obstáculos y conmovían invariablemente. Sucedía raras veces, pero era maravilloso. Así por ejemplo, cuando se te veía en el negocio, en los ardientes días del verano, dormitando a mediodía, después del almuerzo, cansado, el codo apoyado en el escritorio; o cuando venías a visitarnos los domigos, en nuestro lugar de veraneo, rendido de fatiga; o cuando mi madre estaba gravemente enferma, y tú, estremecido por el llanto, te aferrabas a la biblioteca; o cuando estuve enfermo yo, la última vez, y viniste silenciosamente a verme, en el cuarto de Ottla, y te paraste en el umbral, y estiraste el cuello a fin de verme en la cama, y me saludaste sólo con la mano, por consideración. En tales momentos, se echaba uno a llorar de felicidad, y hoy vuelvo a llorar mientras lo escribo.
Tienes también un modo particularmente bello y poco frecuente de sonreír, tranquilo, apacible y afable, capaz de hacer por entero feliz a aquel que lo recibe. No puedo recordar si durante mi infancia tu sonrisa me fue dedicada especialmente alguna vez, pero sin duda ha debido ser así, ya que no puede admitirse que me la hayas negado entonces, cuando aún te parecía inocente, cuando era todavía tu gran esperanza.
Por mi parte, tampoco estas impresiones cordiales han tenido a la larga otro efecto que el de aumentar mi sentimiento de culpa, haciendo que el mundo me fuera más incomprensible aún.
Es verdad que mi madre fue infinitamente buena conmigo, pero aún esto se hallaba, a mi modo de ver, referido a ti: en relación nada buena por lo tanto. Mi madre, sin saberlo, desempeñaba el papel del batidor en una cacería. Ella intercedía con su bondad, con su palabra sensata (en la confusión de mi infancia ella era para mí el arquetipo de la sensatez), devolviéndome el equilibrio, pero también empujándome de nuevo hacia tu círculo, del cual, de otra manera, quizá me hubiera evadido, para bien de ambos. O bien la situación se presentaba de manera tal que no se producía una reconciliación verdadera; mi madre sólo me protegía, en secreto, de ti, me daba algo en secreto. Y entonces yo volvía a ser otra vez el ser que huye de la luz, el estafador, el culpable consciente, el cual, debido a su nulidad, debía alcanzar por caminos tortuosos aquello a que creía tener derecho.
Con mayor acierto dirigías tu aversión contra mi escribir y contra todo aquello que, desconocido para ti, se relacionaba con esa actividad. Realmente, en ella me había independizado y alejado un buen trecho de ti, aun cuando la situación recuerde la de un gusano que, aplastado por un pie en su parte trasera, avanza con la parte anterior y se arrastra hacia un costado. Me sentía en cierto modo a salvo, podía respirar; la aversión que por supuesto sentías por mis escritos me resultaba, por excepción, sumamente grata. Si bien mi vanidad y mi amor propio sufrían con ese saludo, ya famoso entre nosotros, con que recibías mis libros: "¡Déjalo sobre la mesa de luz!" (casi siempre estabas jugando a los naipes cuando llegaba mi libro), en el fondo eso me agradaba, no sólo por mi maldad no saciada todavía, no sólo por el placer de esa nueva confirmación de mi concepto acerca de nuestras relaciones, sino antes que nada porque aquella fórmula me sonaba como si dijeras: "¡Ahora eres libre!" Naturalmente, se trataba de un engaño, yo no era libre, o bien, en el caso más favorable, aún no lo era.
Mis escritos trataban de ti: en ellos quedaban consignadas las quejas que yo no podía presentarte a ti, en persona. Era una despedida de ti, que yo dilataba intencionadamente, y a la cual tú me forzabas, pero que tomaba un camino elegido por mí.

Seguramente ninguno de vosotros tiene una relación tan traumática con su padre, aunque puede tener problemas para digerir la figura de la autoridad. ¿Qué opinaís de esta carta? ¿Está Kafka exagerando, porque es un "blando"? ¿No está cometiendo una injusticia con su padre? ¿Podía haber hecho algo diferente? ¿Qué papel debe representar un padre? ¿Es imaginable una carta similar dirigida a una madre?
...

martes, 24 de agosto de 2010

Pensamiento en verso, VIII


Velas

Días por llegar están delante nuestro
como una fila de velas encendidas…
doradas, cálidas y vívidas velas.

Días pasados caen detrás nuestro,
una lóbrega fila de velas consumidas;
todavía humean las más próximas,
frías, fundidas y torcidas.

No quiero mirarlas: sus formas me entristecen,
me entristece recordar su luz original.
Miro adelante mis velas encendidas.

No quiero girarme, no quiero ver, aterrado,
con qué rapidez esa oscura fila se alarga,
con qué rapidez una nueva vela muerta sigue a otra.

Constantino Kavafis